Indígenas aislados: las amenazas

Hombres awá descienden por una carretera creada por madereros. © Uirá Garcia/Survival

Los pueblos indígenas no contactados son los pueblos más vulnerables del planeta. Contra ellos se despliegan fuerzas poderosas; éstas son sólo algunas de ellas.

Ranchos de ganado

Los ranchos de Ganado han destruido casi toda la tierra de los akuntsu. De todos los pueblos indígenas aniquilados por entorpecer el “progreso”, pocos resultan tan conmovedores como los akuntsu. Su destino es tanto más trágico por ser tan reciente.

Nadie habla su lengua, así que es posible que nunca se conozcan los detalles precisos de lo que les ocurrió. Pero cuando los funcionarios de la agencia para asuntos indígenas de Brasil, la FUNAI, los contactaron en 1995, encontraron que los ganaderos que habían ocupado la tierra de los indígenas habían masacrado a casi todo el pueblo, y arrasado sus casas para ocultar la masacre.

Ya sólo sobreviven cinco akuntsu. Cuando mueran, este pueblo indígena se habrá extinguido. © Fiona Watson/Survival

Sólo sobreviven cinco akuntsu. Uno de los hombres, Pupak, aún tiene una bala enterrada en su espalda, e imita a los pistoleros que le persiguieron a caballo. Él y su pequeño grupo de supervivientes viven ahora solos en un pedazo de selva que es todo lo que queda de su tierra y su pueblo.

Enfermedad

Las enfermedades introducidas son la mayor causa de muerte entre los pueblos indígenas aislados, que no han desarrollado inmunidad contra virus como la gripe, el sarampión y la varicela, que en casi todas las demás sociedades son algo común desde hace cientos de años.

En Perú, más de la mitad de los miembros del pueblo nahua, hasta entonces no contactado, fueron exterminados después de que en sus tierras se explorarara en busca de petróleo a principios de los ochenta, y la misma tragedia se cernió sobre los murunahua a mediados de los noventa, tras ser contactados por la fuerza por madereros ilegales que buscaban caoba.

Jorge perdió un ojo durante el primer contacto. © Survival

Uno de los supervivientes murunahua, Jorge, que perdió un ojo durante el primer contacto, dijo a un investigador de Survival: “La enfermedad llegó cuando los madereros nos contactaron, aunque entonces no sabíamos lo que era un resfriado. La enfermedad nos mató. La mitad de nosotros murió. Mi tía murió, mi sobrino murió. La mitad de mi pueblo murió”.

Misioneros

Los misioneros cristianos, que comenzaron a establecer el primer contacto con los pueblos indígenas hace quinientos años, siguen intentando hacerlo hoy. A menudo creen que los indígenas son “primitivos” y que llevan vidas lamentables “en la oscuridad”, y su objetivo último es convertirlos al cristianismo, a toda costa, pasando por encima de la salud y los deseos de los propios indígenas.

En Perú, hace sólo unos años, unos misioneros evangélicos protestantes construyeron una aldea en una de las zonas más recónditas de la Amazonia peruana con el objetivo de establecer contacto con un pueblo indígena no contactado que vivía en esa región. Lograron establecer contacto con cuatro personas: un hombre y tres mujeres. El hombre, conocido como Hipa, le contó a un investigador de Survival cómo fue el primer contacto: “Yo estaba comiendo cacahuetes cuando oí a los misioneros llegar en una lancha a motor. Cuando oí el motor de la lancha, me dije: ‘¿Qué ocurre? ¡Una lancha a motor! ¡Llega gente!’ Cuando los vimos, nos escondimos en la vegetación. Los misioneros nos llamaban ‘¡Salid! ¡Salid!’”.

Miembros de la Misión Nuevas Tribus, una organización misionera fundamentalista con sede en Estados Unidos, llevó a cabo una misión clandestina para establecer contacto con los zo’é de Brasil y convertirlos al cristianismo. Entre1982 y 1985 los misioneros sobrevolaron las comunidades zo’é arrojando regalos. Luego construyeron una base para la misión a tan sólo unos pocos días a pie desde los poblados indígenas. Después de su primer contacto real en 1987, 45 zo’é murieron de epidemias de gripe, malaria y enfermedades respiratorias contagiadas por los misioneros.

Grupo de indígenas zo’é © Fiona Watson/Survival

La Misión Nuevas Tribus no estaba en absoluto preparada y no proporcionó tratamiento médico adecuado a los zo’é. Su política de sedentarizar a los zo’é alrededor de la misión hizo que la enfermedad se extendiera rápidamente, y que la dieta indígena empeorara ya que los animales que cazaban disminuyeron al concentrarse la población indígena en una sola área. A medida que la salud de los zo’é empeoró, comenzaron a perder su autosuficiencia, y se volvieron dependientes de los misioneros para todo. En respuesta, el Gobierno expulsó a los misioneros en 1991. Desde que los zo’é pueden vivir en paz y reciben tratamientos médicos adecuados, su población está creciendo.

Colonos

Los awá son uno de los pocos pueblos indígenas de cazadores-recolectores nómadas que quedan en Brasil. Viven en las selvas devastadas de la Amazonia oriental. Hoy se encuentran acorralados por proyectos agroindustriales gigantescos, ranchos de ganado y asentamientos de colonos. To’o, un hombre awá, explica así cómo la colonización está destruyendo su tierra y modo de vida:

Hombres awá cazando en la selva. © Fiona Watson/Survival

“Si los awá tienen que dejar su tierra, será muy difícil. No podemos vivir en ningún otro lugar porque aquí hay frutos de la selva y animales salvajes. No podríamos sobrevivir sin la selva porque no sabemos vivir como los blancos, que pueden sobrevivir en zonas deforestadas. Hace años que huimos por estos ríos, y los blancos nos persiguen, talando toda nuestra selva”.

“En los viejos tiempos había muchos monos aulladores y ciervos pero hoy quedan muy pocos, porque han talado la selva. Los colonos de por aquí nos ponen las cosas difíciles porque ellos también cazan animales”.

“Nos están acorralando los blancos. Siempre están avanzando, y ahora los tenemos encima. Estamos siempre huyendo. Amamos nuestra selva porque nacimos aquí y sabemos cómo vivir de ella. No sabemos nada de agricultura ni comercio y no hablamos portugués. Dependemos de la selva. Sin la selva desapareceremos, nos extinguiremos”.

“Cada día, mientras crece la población blanca junto a nuestra reserva, también crecen las enfermedades como la malaria y la gripe, y tenemos que compartir la caza con los colonos. Ellos tienen pistolas, así que matan más animales que nosotros. Estamos muy preocupados por la falta de animales, y sobre si podremos dar de comer a nuestros hijos en el futuro.”

Hombres awá viajan por una carretera abierta por los madereros. © Uirá Garcia/Survival

Madereros

Muchas áreas habitadas por pueblos indígenas no contactados están siendo invadidas ilegalmente por madereros. Éstos a menudo entran en contacto con los indígenas, lo que ha provocado que muchos hayan muerto de enfermedades introducidas por los madereros, o incluso que hayan sido asesinados por ellos.

En Perú la situación es especialmente grave. En las áreas habitadas por indígenas no contactados también se encuentran algunas de las últimas reservas comercialmente viables de caoba del mundo, y los madereros ilegales, aprovechando la falta de control gubernamental, han estado expoliando estas zonas como han querido.

Tala en Madre de Dios, en el sureste de Perú. © FENAMAD

Los murunahua fueron diezmados por el contacto con los madereros y, si no se hace nada para evitar las invasiones, el mismo destino aguarda al pueblo mashco-piro. “Los madereros llegaron y forzaron a los mashco-piro a trasladarse río arriba, hacia la cabecera”, dijo un hombre indígena que ha visto a los mashco-piro en más de una ocasión. “Los madereros los han visto en las playas, sus campamentos, sus huellas. Los madereros siempre quieren matarlos, y lo han hecho”.

Carreteras

En 1970, el pueblo panará de Brasil sumaba entre 350 y 400 personas, que vivían en cinco comunidades, dispuestas en complejos diseños geométricos y rodeadas de enormes huertos.

A principios de los setenta se construyó una autopista que cruzaba su territorio. Pronto demostró ser desastrosa. Los obreros incitaron a los indígenas para que salieran de la selva por medio del alcohol, y prostituyeron a algunas mujeres. Pronto las epidemias arrasaron el pueblo y 186 panará murieron. En una operación de emergencia, los supervivientes fueron trasladados en avión al Parque Xingu, donde aún más murieron. Pronto sólo quedaron 69 panará. Más de cuatro quintas partes de la tribu habían muerto en sólo ocho años.

Aké, un líder panará que sobrevivió, recuerda aquel tiempo: “Estábamos en el poblado y todos empezaron a morir. Algunos se adentraron en la selva y otros más murieron allí. Estábamos enfermos y débiles y ni siquiera podíamos enterrar a nuestros muertos. Se pudrían en el suelo. Las aves de carroña se comieron todo”.

Entre 1994 y 1996, los panará que sobrevivieron consiguieron regresar a la parte de su tierra donde aún quedaba selva. Llevaron a juicio al Gobierno de Brasil en una iniciativa histórica, denunciando las condiciones inhumanas que les había infligido. En octubre de 1997, un juez halló culpable al Estado de Brasil por causar “la muerte y daño cultural” al pueblo panará, y ordenó al Estado pagarles 540.000 dólares en compensación.

Un hombre y un niño jarawa en el arcén de la carretera de las Andamán. © Salomé

El pueblo jarawa de las islas Andamán vio cómo su tierra era dividida en dos cuando la administración de las islas construyó una carretera a través de su territorio. Ahora es la carretera principal de las islas. No sólo hay un flujo constante de colonos que viaja en autobuses y taxis, sino que la carretera actúa como un conducto para turistas, y para cazadores furtivos que pretenden entrar en la reserva jarawa (donde, a diferencia del resto de las islas, aún se conserva la pluviselva). A menudo se ve a los niños jarawa mendigando al borde de la carretera, y hay evidencia de explotación sexual de las mujeres jarawa.

Tras una larga batalla, el Tribunal Supremo de la India ordenó al gobierno local cerrar la carretera, decretando que su construcción había sido ilegal y ponía en peligro la vida de los jarawa. El Gobierno de las islas ha desafiado al tribunal, y mantiene la carretera abierta.

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