Hay centenares de miles de niños indígenas en escuelas residenciales en la actualidad
Este artículo apareció en inglés en Interncontinental Cry, el 28 de septiembre de 2018. Por Jo Woodman y Alicia Kroemer.
El 30 de septiembre, comunidades de todo Canadá conmemorarán el “Orange Shirt Day” (Día de la Camisa Naranja), un acto que ayuda a los canadienses a recordar a los miles de niños y niñas indígenas que murieron en internados y a reflexionar sobre el trauma intergeneracional causado por el sistema de internados o escuelas residenciales. Se crearon sistemas escolares similares en Estados Unidos, Nueva Zelanda y Australia, con terribles consecuencias para los menores y las comunidades indígenas.
La anciana Phyllis Jack Webstad, de la tribu stswecem’c xgat’tem, fundó el Día de la Camisa Naranja en 2013, después de relatar su experiencia de niña en el internado de St. Joseph’s Mission en William’s lake, en la Columbia Británica.
El personal del internado le quitó su camisa naranja favorita el mismo día en que fue separada de su familia. Como ha dicho hoy Vivian Timmins, superviviente de un internado, “el Día de la Camisa Naranja lo conmemoramos todos los supervivientes de los internados para indígenas porque nos quitaron nuestros objetos personales, según una táctica encaminada a borrar nuestra identidad personal. Aunque no fuera más que una prenda de vestir, representaba nuestra memoria, que nos conectaba con nuestras familias. Hoy es el momento de honrar a los niños y jóvenes que volvieron. Es el momento de recordar la historia oscura de Canadá, de educar y asegurar que esto no se repita jamás”.
El hecho alarmante es que esto se está repitiendo en muchas partes del mundo. Según Survival International, hay alrededor de un millón de niños y niñas tribales e indígenas en Asia, África y Sudamérica que actualmente acuden a instituciones escolares que se parecen asombrosamente a aquellos internados canadienses.
Un horrible legado sigue vivo
El horrible legado de los internados se está repitiendo, a escala masiva, porque las actitudes e intenciones subyacentes al sistema de internados canadiense siguen vivas.
Menores tribales e indígenas de todo el mundo son separados a la fuerza de sus familias y enviados a escuelas que anulan su identidad y en muchos casos les imponen nombres, religiones y lenguas que les son ajenas.
A menudo, quienes mueven los hilos detrás de estas instituciones son industrias extractivas y organizaciones religiosas fundamentalistas.
Un megainternado de India –que alardea de ser el “hogar” de 27.000 niños indígenas– declara abiertamente que su propósito es convertir a niños indígenas “primitivos” de “pasivos en activos”, de “consumidores de impuestos en contribuyentes”.
Entre sus socios se hallan las mismas empresas mineras que tratan de hacerse con el control de las tierras que esos niños llaman su verdadero hogar.
Los padres han calificado el colegio de “granja de gallinas”, donde los menores se sienten “prisioneros”.
Un experto en educación de los adivasis nos ha contado que “les han lavado el cerebro a base de una enseñanza que dice ‘la minería es buena, ‘el consumismo es bueno’, ‘vuestra cultura es mala’. Los internados indígenas son instituciones que anulan la autobiografía de cada niño para sustituirla por lo que encaja en la sociedad dominante. ¿Acaso no es un crimen en nombre de la educación escolar?”
Sin un cambio urgente, muchos pueblos diferentes podrían desaparecer en apenas unas pocas generaciones, porque a los jóvenes en esas escuelas se les enseña a considerar que sus familias y tradiciones son “primitivas”, “atrasadas” e inferiores a la sociedad dominante, de manera que dan la espalda a sus lenguas, sus religiones y sus tierras.
Supervivientes de los internados canadienses empiezan ahora a condenar estas instituciones destructoras de culturas.
Roberta Hill es una superviviente del Mohawk Institute de Brantford, Canadá, donde fue víctima de abusos por parte del pastor y del personal del colegio en las décadas de 1950 y 1960. Percibe los estrechos paralelismos existentes entre su propia experiencia y la de los menores indígenas de esas escuelas modernas de destrucción de culturas: “Lo que está ocurriendo ahora mismo en esos internados de India y otros países es muy parecido a lo que ocurría en los internados de Canadá: la separación de los niños y niñas indígenas de su familia, de su lengua y de su cultura es una fuerza muy destructiva. Mi experiencia en un internado fue traumática. Me separaron de mi familia cuando tenía seis años de edad y me llevaron a un colegio donde sufrí muchos abusos y un gran aislamiento. Si esto está ocurriendo de nuevo en la actualidad, es preciso que la comunidad internacional preste atención. Hay que impedirlo o sufrirán lo mismo que sufrimos nosotros. Provocará daños irreparables, no solo a los niños indígenas que van a esas escuelas, sino también a las futuras generaciones de esta comunidad.”
R.G. Miller, un conocido artista indígena de Canadá, declara: “Mi terrible experiencia en el internado para nativos destruyó mis lazos con mi comunidad, mi familia y mi cultura. Los abusos de que fui objeto allí quebraron por completo todo sentido de confianza o intimidad con cualquier persona o cosa, incluido Dios, las esposas y los hijos para el resto de mi vida.”
En las dos últimas décadas, miles de supervivientes de los internados han contado sus historias de abusos; pero hay miles de niños y niñas que nunca podrán contar sus propias historias porque murieron en el internado. Otros menores, como Chanie Wenjack, murieron al intentar escapar; este muchacho de la tribu ojibwa huyó de su internado en Ontario, tratando desesperadamente de volver a casa, a 600 km de distancia. Murió en 1966 de hambre e hipotermia a la edad de 12 años.
Medio siglo después –y a 12.000 km de distancia–, Norieen Yaakob, su hermano Haikal y cinco amigos y amigas escaparon de su internado en Malasia. Los menores, que pertenecen a la tribu temiar –una de las tribus orang aslis del centro de Malasia–, huyeron para salvarse de una paliza por parte de su maestro. Cuarenta y siete días después, Norieen y otra niña pequeña fueron halladas, casi muertas de hambre. Los otros cinco niños murieron, incluido Haikal y la niña Juvina, de siete años de edad.
El padre de Juvina, David, nos contó: “La policía dijo ‘¿por qué nos dais la lata con ese problema?’. Nos sentimos desesperados. No fue sino hasta el sexto día que las autoridades lanzaron la operación de búsqueda y rescate de los menores. Pero nos dijeron a los padres que no hiciéramos nada. Dijeron que si participábamos en la operación solo sería para llevar comida a los niños que supuestamente estábamos ocultando. Nos acusaron de armar todo el incidente para llamar la atención y obligar al Gobierno a darnos más ayudas. Eso era lo que pensaban de nosotros… [Finalmente] hallaron el cráneo de un niño y no pudimos identificar de inmediato de quién se trataba. Tuvimos que esperar a la autopsia. No reconocí ni a mi propia hija.” Las familias se han querellado contra las autoridades en un caso judicial que se está tramitando y que el mundo entero debería seguir.
La terrible verdad es que niños indígenas están muriendo en esas escuelas. En los internados tribales del Estado de Maharashtra, en India, se han registrado más de mil muertes desde el año 2000, incluidos muchos suicidios.
Como una repetición de los traumas sufridos en Canadá, muchos progenitores no se enteran de que sus hijos están enfermos hasta que es demasiado tarde, y en muchos casos nunca llegan a conocer la causa de su muerte.
También hay un número espeluznante de casos de abusos físicos y sexuales, de los que muy pocos llegan a los tribunales. Las escuelas públicas de Asia y África cuentan a menudo con personal docente que no tiene relación alguna con las comunidades a las que atienden, ni sienten respeto por ellas. El absentismo de los maestros es común, y los abusos se ocultan. El potencial de daños devastadores es muy elevado.
Survival International tiene en marcha una campaña para acabar con estas Escuelas Fábrica, destructoras de culturas, y para reclamar un mayor control de la enseñanza por parte de los indígenas, antes de que sea demasiado tarde para esas niñas y niños, para sus comunidades y su futuro.
No cabe duda de que dicha campaña responde a una necesidad. Estas escuelas son un peligro para la vida de los menores y les arrebatan su identidad; apero además niegan a los menores el derecho a optar por un futuro en el seno de su tribu.
La posibilidad de los pueblos indígenas de vivir bien y de modo sostenible en sus tierras depende de su profundo conocimiento, que lleva generaciones desarrollar y toda una vida dominar. El arte de sobrevivir y prosperar en el desierto de Kalahari o de conducir una manada de renos a través de la tundra ártica no se aprende en un internado, ni en las ocasionales vacaciones escolares.
Es más, en el momento actual que vivimos de grave degradación medioambiental, de cambio climático y extinciones masivas, los pueblos indígenas desempeñan un papel crucial en la preservación de los ecosistemas del planeta. Son los mejores guardianes de sus tierras y hay que respetarles y escucharles si nos quedan esperanzas de que puedan sobrevivir las futuras generaciones.
En vez de eliminar sus conocimientos y habilidades, sus lenguas y su sabiduría en internados destructores de culturas, hemos de dejarles que sean los autores de sus propios destinos como cuidadores y protectores de sus tierras.
La doctora Jo Woodman dirige la campaña de Survival International sobre la educación indígena “Escuelas Fábrica”. Ha investigado durante dos décadas sobre los derechos de los pueblos indígenas, en particular sobre los efectos del “desarrollo” forzado, la conservación y la escolarización de las comunidades indígenas y tribales.
Alicia Kroemer se doctoró en ciencias políticas por la Universidad de Viena con una tesis sobre la memoria colectiva y los colegios internados en Canadá, y es autora de publicaciones, películas y conferencias sobre el tema. Es miembro del consejo de la ONG Incomindios, con sede en Zúrich, dedicada a la defensa de los derechos de los pueblos indígenas, donde actúa de educadora en materia de derechos humanos y representante de Naciones Unidas. También trabaja de consultora de investigación para el Grupo de Derechos de las Minorías y Survival International en Londres. Está interesada en asociacionismo y en defensa y promoción de los derechos humanos, particularmente de los derechos de los pueblos indígenas en todo el mundo.
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