¿Quién protege las Áreas Protegidas y por qué?

Bakas de Messok Dja (Congo). Los bakas han gestionado este bosque desde tiempos inmemoriales. Son sus mejores guardianes. WWF está tratando de establecer una zona de conservación allí sin su consentimiento. Han financiado a guardaparques que han cometido violentas atrocidades contra los bakas. © Fiore Longo/Survival International

El plan de la industria de la conservación para duplicar el tamaño de Áreas Protegidas es supuestamente la solución a la pérdida de biodiversidad, al cambio climático ¡y ahora incluso a la COVID-19!  Aunque en realidad las Áreas Protegidas no van a solucionar ninguno de estos problemas, si la industria de la conservación repite sin cesar esta gran mentira la gente terminará creyéndola.

Por Stephen Corry, exdirector de Survival International. Una versión de este artículo se publicó originalmente en el boletín de World Rainforest Movement en mayo de 2020 .

 

Bakas de Messok Dja (Congo). Los bakas han gestionado este bosque desde tiempos inmemoriales. Son sus mejores guardianes. WWF está tratando de establecer una zona de conservación allí sin su consentimiento. Han financiado a guardaparques que han cometido violentas atrocidades contra los bakas. © Fiore Longo/Survival International

 

Da la sensación de que, quien más quien menos, la mayoría de la gente se va alineando con el plan de la industria de la conservación para duplicar el tamaño de Áreas Protegidas (AP). Parece ser que se extenderían sobre más del 30 % (¿o incluso del 50 %?)  del planeta. El número es arbitrario; la clave es que supuestamente esta medida solucionaría todos los grandes problemas: la pérdida de biodiversidad, el cambio climático y ahora incluso, lo crean o no, ¡la COVID-19!

¿No sería genial? Después de todo, todos están de acuerdo en que esos son los grandes problemas; es decir, todos los que no mueren de hambre o bajo las bombas o esquivando balas… Pretender que las AP son la respuesta a cualquiera de los problemas mencionados anteriormente es una mentira enorme. No resolverán ninguno de ellos. Aunque claro, si la industria de la conservación dice una mentira así de grande, y la repite sin parar, al final la gente terminará por creerla.

Una de las consecuencias de promover soluciones falsas es que desvían la atención de las que podrían ser eficaces. Pero su impacto va mucho más allá.

 

Pérdida de biodiversidad

Hagamos un recorrido por cada una de las tres problemáticas que las AP, supuestamente, resolverán. La pérdida de biodiversidad debería ser la más fácil de solucionar. Al fin y al cabo, si ponemos vallas a buena parte de la Tierra y detenemos la actividad humana en su interior lo más probable es consigamos mayor biodiversidad de la que había… ¿No?

Esta idea conduce a tres grandes problemas.

Primero: la llamada “naturaleza salvaje” es una fantasía resultante de la imaginación de los europeos. Es el mito que, durante más de dos mil años, ha enfrentado “civilización” contra “naturaleza salvaje”, es decir, con aquellas tierras fuera del imperio pobladas por bárbaros nómadas y hostiles. Esos eran los territorios que los romanos intentaron “domesticar” básicamente porque ambicionaban sus recursos: mano de obra esclava, sal, estaño o lo que fuese. Ahora decimos que queremos tierras en estado “salvaje” pero la realidad es que alguien ambiciona sus recursos para beneficiarse del turismo, la tala de árboles, las plantaciones e incluso la minería, todas ellas actividades que posibilitan las AP.

Las tierras de estas áreas no son lugares salvajes. Desde que existen (existimos), los humanos han manipulado el paisaje en casi todas partes. ¿Por qué no íban a hacerlo? Como especie más inteligente de la Tierra, ¿por qué no alterar la flora y la fauna para adaptarla a sí mismos, como hacen también muchas otras especies?

Fueron los seres humanos quienes utilizaron el fuego para despejar tierras, quienes cambiaron el equilibrio de las poblaciones animales a través de la caza, quienes movieron las plantas a escala intercontinental, quienes domesticaron animales (el perro fue el primero que conocemos), y todo ello decenas de miles de años antes de lo que ahora denominamos“agricultura”. Cuando el cultivo y el pastoreo crecieron más que la caza y la recolección (olvidemos el cuento de hadas europeo de que la agricultura fue “descubierta” en Oriente Medio), entonces los cambios se aceleraron. Los pastores crearon nuevas llanuras de hierba, sus rebaños esparcieron semillas por grandes extensiones y abrieron nuevos espacios. Las poblaciones manipularon las plantas para producir cientos de variedades de cultivos que no podían sobrevivir sin la intervención humana. Vastas terrazas en las laderas de las colinas, quemas estacionales y la caza selectiva (de castores, por ejemplo), alteraron los cursos de agua.

Las últimas investigaciones apuntan al hecho de que las grandes “tierras salvajes” del planeta, como la Amazonía, las llanuras africanas o las junglas de la India, son creaciones humanas forjadas a lo largo de miles de años. Esto, por supuesto, no fue reconocido por los colonos europeos y todavía no figura en el lenguaje de la conservación. La “naturaleza salvaje” se promovió desde la época de las “guerras contra los indios” en Estados Unidos, cuando los nativos norteamericanos fueron expulsados de los parques nacionales que iban emergiendo, un capítulo más en la historia de subyugación y “domesticación” de Occidente. El racismo, que fue un elemento central en la gestación del relato conservacionista, sigue presente en la actualidad, aunque un poco escondido.

El segundo problema con la idea de que las AP protegen la biodiversidad es el hecho de que no hay mucha evidencia de que, efectivamente, sean especialmente buenas en ello. Es imposible medir con alta precisión su eficacia (¿qué valoras exactamente?), pero los estudios indican que las tierras bajo control indígena obtienen resultados mucho mejores que las AP.  Finalmente empieza a ser irrefutable que alrededor del 80% de la biodiversidad del planeta se encuentra en territorio indígena.

El tercer problema es que las AP, en realidad, pueden conducir a la pérdida de biodiversidad. Al expulsar a pueblos indígenas de sus tierras (olvidemos la mentira de que tales expulsiones son cosa del pasado, porque no lo son), se impide a quienes han demostrado proteger muy bien la biodiversidad seguir haciéndolo: son desechados como basura, en detrimento también del paisaje.

Si somos honestos y de verdad queremos frenar la pérdida de biodiversidad, el método más rápido, barato y probado sería apoyar la mayor cantidad posible de territorios indígenas y en la medida de lo posible devolverles el control sobre las tierras que les han arrebatado.

 

Cambio climático

La noción de que las APs ayudarán a resolver la crisis climática es fácil de desmontar, tanto que uno se pregunta cómo a alguien se le pudo ocurrir por primera vez una idea tan ridícula. Abreviando: si el mundo sigue contaminando al ritmo actual, pero solo desde el 10% de su superficie de la Tierra (o el 5%, o lo que sea) entonces no importa lo que ocurra en el 30% (o lo que sea) restante bajo supuesta “protección”. El efecto sobre el clima sigue siendo exactamente el mismo. La lógica es ineludible: puedes cercar el campo, pero no puedes poner vallas al viento.

Si lo que está detrás del cambio climático es la quema de combustibles fósiles, entonces la solución es igualmente sencilla: quemar menos y olvidarse de falsas soluciones como las “compensaciones” y las “cero emisiones netas”. Pero es una fantasía pensar que eso puede suceder sin reducir el consumo en los países más ricos, que usan mucha más energía que los más pobres. Pase lo que pase, la desigualdad masiva y creciente debe comenzar a corregirse, por el bien de todos.

Más Áreas Protegidas no ayudarán en la lucha contra el cambio climático.

 

COVID-19

La idea de que el aumento de Áreas Protegidas evitará o reducirá las pandemias es nueva, y supone un intento obvio de explotar la crisis actual para promover la agenda de la “conservación fortaleza” que no guarda relación alguna con la epidemia. Es una estrategia de marketing cínica.

Los coronavirus fueron descubiertos por la ciencia por primera vez hace décadas. Como ahora sabemos, la COVID-19 se originó en una especie animal no humana antes de saltar a los humanos. Todavía no se conoce la especie en la que comenzó. Podrían ser murciélagos u otra especie. Podría haber habido un huésped intermediario, como los pangolines, que se consiguen con facilidad en China donde, según los informes, hay criaderos – pero tampoco lo sabemos. Esto no es motivo de sorpresa: se conoce la bacteria causante de la Peste, (de 75 a 200 millones de muertes) pero la forma de transmisión, que generalmente se ha atribuido a las pulgas de las ratas, en realidad pudo haber sido de humanos a humanos. La idea de que el COVID-19 provino del comercio de vida silvestre no ha sido verificada, y probablemente carezca de sentido.

De todos modos, la humanidad sin duda ha sufrido enfermedades originadas en otros animales desde que existe nuestra especie. Siempre hemos vivido cerca de los animales. La gripe, que anualmente acelera o causa la muerte de entre unas 290.000 a 650.000 personas, proviene originalmente de un ave de la selva a través de sus descendientes domesticados como pollos y patos. El sarampión, que mata unas 140.000 personas al año, tuvo su origen en ganado domesticado. (Al momento de escribir este artículo, se cree que alrededor de 130.000 personas murieron a causa de la COVID-19).

Hay millones de tipos de virus, están en todas partes, incluso dentro de nosotros, mutan y probablemente han existido desde las primeras células vivas. Son parte del tejido de la vida.

Que haya más Áreas Protegidas no servirá de nada para prevenir pandemias. En todo caso, tendrán el efecto contrario, al aumentar el hacinamiento de personas expulsadas de sus tierras en los suburbios marginales urbanos, que ya albergan a aproximadamente una cuarta parte de los habitantes de las ciudades del mundo.

 

¿Qué tipo de Áreas Protegidas ayudarían con estos tres problemas?

Las Áreas Protegidas tal y como son en la actualidad no resolverían ninguno de estos problemas y, como hemos visto, podrían empeorarlos con facilidad. Sin embargo, no sería nada difícil concebir un Área Protegida que verdaderamente ayudara a proteger la biodiversidad: bastaría con proteger los derechos territoriales de los pueblos indígenas. El problema es que, dejando de lado cierto palabrerío intrascendente, no hay pruebas reales de que esto sea lo que tienen en mente los defensores de las Áreas Protegidas.

En la actualidad hay dos tipos de Áreas Protegidas. Uno existe en zonas donde las poblaciones locales son numérica y políticamente fuertes, en términos relativos. Allí no es posible crear un Área Protegida sin tener en cuenta sus necesidades. Los Parques Nacionales en Reino Unido, por ejemplo, incorporan granjas en funcionamiento e incluso pueblos y ciudades enteras. No hay restricciones para entrar o vivir en ellas. Las personas no se van porque tienen una importante influencia política.

El otro tipo de Área Protegida, donde se aplica la conservación fortaleza, es la norma en África y partes de Asia. Es como en un principio fueron concebidos los parques nacionales en Estados Unidos. La población local, casi siempre indígena de la zona, es expulsada por la fuerza, la coerción o el soborno. Los mejores guardianes de la tierra, antes autosuficientes y con una huella de carbono más baja que cualquiera de nosotros, quedan sin tierra, abocados a la miseria y al hacinamiento urbano.

No hay razón para pensar que el nuevo llamamiento para duplicar las Áreas Protegidas signifique algo diferente. Sus defensores todavía siguen hablando en gran medida de “tierras salvajes” en lugares como África o Asia, precisamente donde viven pueblos indígenas, donde la conservación fortaleza está viva y consolidada, y donde las personas están siendo expulsadas de sus tierras mientras escribo estas palabras (por ejemplo, en la Cuenca del Congo o en las reservas de tigres de la India).

 

¿Quién quiere Áreas Protegidas y por qué?

Las ONG conservacionistas, junto a gobiernos y multinacionales promueven con entusiasmo las Áreas Protegidas. Las ONG quieren la mayor cantidad de dinero posible para mantener su dominio sobre cada vez más superficies del mundo, un propósito que ven amenazado por los habitantes locales. Los gobiernos detestan la autosuficiencia de poblaciones que son difíciles de gravar y controlar, y que tienden a ser escépticos sobre la pretensión estatal de anular la comunidad. Las empresas buscan más consumidores así como extraer más materias primas, a menudo de “tierras salvajes”. Necesitan lugares donde poder afirmar que “compensan” el carbono, para hacer un lavado ecológico de su imagen.

El resultado es que miles de millones de dólares del dinero de los contribuyentes se canalizan a áreas de conservación que ignoran todos los controles de la defensa de los derechos humanos, que allí se violan sistemáticamente. La mayoría de estos proyectos están a cargo de ONG, de empresas privadas con ánimo de lucro o de ambas. Se establecen en colaboración con industrias madereras y extractivas, con la caza de trofeos, las concesiones turísticas y los agronegocios. Se adueñan de la tierra que durante largo tiempo sustentó una forma de vida para la población local y la remodelan para que algunos foráneos obtengan ganancias. En ciertas zonas existe una clara superposición de, por ejemplo, concesiones mineras con áreas protegidas. Las ONG conservacionistas están, al menos en parte, controladas por jefes de empresas que se sientan en sus juntas directivas, se asocian con ellas y las financian. ¿Por qué esperar algo diferente?

El Área Protegida de Messok Dja, en la República del Congo, es un ejemplo. Cuesta 24 millones de dólares, de los cuales 4 millones son administrados por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Esto incluye contribuciones del Gobierno del Congo y de una empresa vinculada al turismo, al aceite de palma y a la actividad maderera, así como de dos ONG conservacionistas.

La idea de la conservación fortaleza, Áreas Protegidas que protegen la tierra de la codicia desenfrenada de los lugareños, es un mito colonial. Es una fábula ambientalmente nociva, enraizada en ideas racistas y ecofascistas acerca de qué personas valen algo y cuáles no valen nada y deben ser expulsadas y empobrecidas, o peor… Un buen número de ambientalistas conocen esto, pero sus voces quedan acalladas por el temor a dañar su carrera o a consecuencias legales.

Al despojar a la población rural o indígena de sus estilos de vida en gran medida autosuficientes (caza, pastoreo, recolección y cultivo de sus propios alimentos y medicinas) y forzarla a la economía monetaria en su nivel más miserable, más Áreas Protegidas provocarán una mayor pérdida de biodiversidad, exacerbarán el cambio climático y aumentarán la probabilidad de nuevas pandemias, exactamente lo contrario de lo que se afirma. Si los conservacionistas del modelo fortaleza ganan su batalla, la consecuencia será mayor empobrecimiento y hambre para millones de personas. Es poco probable que la población local lo tolere, y en algunos lugares se verá obligada a recuperar sus tierras por la fuerza. Eso se traducirá en el final de esas Áreas Protegidas para siempre.

Con todo esto no quiero decir que muchos de quienes defienden la conservación fortaleza y  las Áreas Protegidas no crean su gran mentira: lo hacen. Se aferran a ella como a un acto de fe, tan firmemente como cualquier fanático. En última instancia, también es un desastre para ellos, ya que con el tiempo se demostrará que su trabajo es contraproducente. Pero la tragedia infligida a lo largo del camino en la gente y la naturaleza que están dañando es mucho más grave. Si nos preocupa la biodiversidad y el cambio climático, no se debe permitir que prevalezcan. La biodiversidad depende de la diversidad humana. Ésa es la clave que debe incorporarse rápidamente a una ideología de la conservación, por el futuro, por nuestro planeta y por toda la humanidad.

Más información: www.survival.es/conservacion

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