Los últimos piripkura

© S Shenker/ Survival International

Artículo de Sarah Shenker, investigadora de Survival International, publicado en El País el 17 de septiembre de 2021.

 

Rita, indígena piripkura en un rincón de su pueblo en el Mato Grosso. © S Shenker/ Survival International

“Vamos. Quiero enseñaros una cosa”, me dijo Rita con señas cuando estábamos sentadas a la orilla de un río en la linde del territorio indígena piripkura, en la Amazonia occidental brasileña. Nos pusimos en marcha: ella y su marido, Aripan, cuatro agentes de protección territorial del departamento de asuntos indígenas del gobierno brasileño y yo. Caminamos y caminamos. Navegamos entre las raíces de los árboles, cruzando arroyos y cortando ramas para abrirnos camino, admirando las lianas y la selva cada vez más densa. Una selva testigo de muchas generaciones de gestión experta por parte de sus protectores indígenas, así como de los crímenes más terribles contra esos guardianes de la naturaleza.

Avanzamos a veces en zigzag y otras en línea recta. Rita sabía exactamente por dóndesqueiba. “Esta es tierra piripkura. Es mi tierra”, decía. “Mi madre, mi hermana, mi padre, mi madre, mi hermano y yo vivimos aquí”.

Rita me preguntó si había visto ciertas clases de cortezas y si había oído hablar del pez bodó, que construye su guarida en hoyos que cava en el lecho de aguas poco profundas. Su acertado conocimiento de lo que podría ser desconocido para personas de fuera, a pesar de ser tan familiar para ella, fue resultado de su salida de la selva donde nació.

Cuando nació Rita, los piripkuras, eran indígenas no contactados. Evitaban el encuentro con gente de fuera y aprovechaban todo lo que la selva les ofrecía: pescaban, cazaban, recolectaban frutas y miel, y dormían en tapiris, refugios hechos de fibras vegetales.

Pero su tierra ya llevaba décadas siendo invadida: a finales del siglo XIX, los extractores de caucho de la región cazaban a los piripkuras y, a partir de los años cuarenta, los madereros y acaparadores de tierras comenzaron a invadir la región. Trajeron consigo, junto con su codicia por las riquezas de la selva, sus armas de fuego, alterando para siempre la vida de este pueblo hasta casi exterminarlo.

“Los madereros vinieron y talaron este bosque. Mi abuela me dijo: ‘¡Los hombres blancos están talando los árboles!’ Y nosotros dejamos de cazar por allí”. Para los invasores, los piripkuras eran un obstáculo inconveniente. Por eso, los atacaban y disparaban, estando constantemente sobre ellos. “Los blancos llegaron de madrugada”, me contó Rita recordando uno de los ataques. “Mataron a nueve de mis familiares.”

Para salvarse de estos ataques se vieron forzados a vivir huyendo. “Mi familia vino aquí, al otro lado del río. Utilizaron un árbol jatobá para construir una canoa. Era de madrugada. Estaba muy oscuro. Había muchos mosquitos, soplaba un viento fuerte, el río venía bravo”. Rita apuntaba al norte, sur, este y oeste, para ilustrar los constantes desplazamientos de su pueblo: su estrategia de supervivencia.

En este contexto de invasiones en la tierra de los piripkuras, Rita acabó teniendo contacto con personas no indígenas y fue llevada a un rancho local donde la obligaron a trabajar de manera forzada. Años después, luego de ser liberada, se casó con su actual esposo, Aripan, del pueblo indígena karipuna.

Ella es la única piripkura que tiene contacto regular con personas no indígenas. Dos de sus parientes que sobrevivieron a estos ataques siguen aislados en la selva: “Ahora, mi hermano [Baita] se encuentra allí [en la selva], y Tamandua, mi sobrino”. Además de Baita y Tamandua, se cree que hay más piripkuras que sobreviven en el territorio, refugiados en lo más profundo del bosque.

Seguimos caminando hasta que llegamos a nuestro destino. Entonces Rita nos mostró un tapiri abandonado, construido por Baita y Tamandua: su hogar temporal hasta que se fueron muy lejos a otra parte de la selva. Nos mostró orgullosa dónde habrían hecho fuego para cocinar y calentarse por la noche, y dónde habrían dormido. Quería que viéramos esta prueba de la existencia de sus parientes, para que se lo pudiésemos enseñar a personas de todo el mundo, para dar fuerza a su llamamiento por la supervivencia de su pueblo.

Los pueblos indígenas no contactados son los pueblos más vulnerables del planeta. Cuando sus tierras están protegidas, prosperan, pero si su selva no se mantiene intacta, no pueden sobrevivir. La Constitución de Brasil y el derecho internacional estipulan que las tierras de indígenas no contactados deben ser oficialmente demarcadas y protegidas, pero la demarcación del territorio piripkura quedó paralizada por presiones políticas en interés de poderosos ganaderos.

Actualmente está en vigor una Ordenanza de Protección Territorial que protege legalmente este territorio. Esta ordenanza hace ilegal la entrada de invasores y es un instrumento clave para salvaguardar esta tierra y su gente hasta que se complete el proceso de demarcación. Sin esta protección, los piripkuras podrían ser aniquilados.

Pero esto no basta. La presión sobre su territorio es cada vez mayor: animados por la retórica racista y la política genocida del presidente Bolsonaro para intentar abrir los territorios de los pueblos indígenas no contactados, los madereros los están invadiendo impunemente. Imágenes por satélite muestran que en 2020 la selva de los piripkuras fue deforestada más que cualquier otro territorio de indígenas no contactados de Brasil.

Además, la Ordenanza de Protección Territorial expira este 18 de septiembre. Políticos y ganaderos anti-indígenas están ejerciendo presión para que no se renueve y para tener amplio acceso a la explotación del lugar

Otros seis territorios indígenas están legalmente protegidos por ordenanzas similares, que en total cubren un millón de hectáreas de la selva amazónica. Pero las que resguardan a los jacareúba/katawixis, los ituna itatás y los pirititis también van a expirar en los próximos meses.

Rita conoce bien los impactos catastróficos causados por la invasión de los territorios de pueblos indígenas no contactados. Reflexionando sobre la situación de sus parientes con una combinación de angustia y de compromiso inquebrantable por ayudarles a sobrevivir, me dijo: “Hay invasores por aquí. Temo que puedan matarles. Si lo hacen, no quedará nadie”.

Sus palabras apremiantes deberían escucharse en todo el mundo. La presión internacional sobre el gobierno brasileño para que proteja debidamente esta selva tiene una gran oportunidad de que funcione. Si no se hace nada, innumerables pueblos indígenas no contactados podrían ser aniquilados. Por eso, llamo a unirnos a la lucha de Rita, por los piripkuras, por los pueblos indígenas y por toda la humanidad.

 

 

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