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Guardianes de las selvas del mundo

Respira, aunque no te des cuenta, dice Davi Kopenawa Yanomami del hogar de su pueblo, en la Amazonia. Los pueblos indígenas han vivido en equilibrio con sus selvas y bosques durante milenios. Son los guardianes originarios.

  • *

    “Amamos la selva como a nuestros propios cuerpos”, dicen los pueblos “pigmeos” mbendjeles que habitan las regiones cubiertas de densos bosques en la República del Congo.

    Hay distintos grupos “pigmeos” viviendo por África central, como los twas, akas, ba’akas y mbutis. Cada uno tiene su propia lengua, aunque hay una palabra que todas tienen en común: jengi, que significa el espíritu del bosque.

    Los hombres “pigmeos” escalan árboles inmensos en busca de miel, y son tan buenos imitadores que pueden reproducir el sonido de un antílope en dificultades para hacer que otro salga de la espesura.

    © Kate Eshelby

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    En los últimos años las tierras de los “pigmeos” han sido devastadas por la tala, la guerra y la invasión de agricultores.

    Muchos planes de conservación que tienen como objetivo establecer reservas de vida salvaje niegan los derechos territoriales de los pueblos indígenas, que son expulsados fuera de sus territorios. Los “pigmeos” batwas fueron obligados a abandonar el bosque de Bwindi, en Uganda, para proteger a los gorilas de montaña.

    “Esta variante de robo de tierras se está convirtiendo rápidamente en uno de los principales problemas a los que se enfrentan los pueblos indígenas en la actualidad”, dice Stephen Corry de Survival International.

    “Todos mis antepasados vivieron en estas tierras”, declaró un hombre batwa. “Por culpa de la expulsión, ahora todo el mundo está desperdigado”.

    © Kate Eshelby

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    Cazadores penanes en la milenaria selva de Sarawak, en Borneo, uno de los lugares con mayor biodiversidad del planeta.

    Los penanes viven desde hace mucho tiempo en armonía con su selva y sus grandes árboles, sus orquídeas excepcionales y los rápidos ríos.

    Hasta los años sesenta todos los penanes eran nómadas, y se trasladaban con frecuencia en busca de jabalíes y para seguir los ciclos de los árboles frutales y la planta de sago silvestre.

    En la actualidad, la mayoría de los entre diez y doce mil penanes se ha asentado en comunidades junto a los ríos, aunque algunos aún son principalmente nómadas.

    “La tierra es sagrada”, dicen. “Pertenece a los innumerables muertos, a los que viven y a las multitudes que aún están por nacer”.

    © Nick Rain

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    Los penanes llaman a la selva okoo bu’un, el lugar de sus orígenes.

    “Desde la década de los setenta, la selva de los penanes ha sido despejada para dejar paso a la tala, las plantaciones de palma de aceite, los gasoductos y las presas hidroeléctricas”, explica Sophie Grig de Survival International.

    En los valles de escarpadas paredes, antaño llenos de cantos de pájaros, resuena ahora el ruido de los camiones y los árboles que caen.

    Las rojas carreteras polvorientas llevan a las excavadoras hasta las profundidades de la selva.

    “Es difícil para nosotros mirar a esa tierra roja”, dicen los penanes.

    © Nick Rain

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    Para los conquistadores, los colonos y las grandes empresas, la Amazonia, la selva más grande del mundo, siempre ha sido sinónimo de poder y beneficios.

    Para un millón de indígenas, es simplemente su hogar.

    “Nosotros los indígenas nacimos aquí, vivimos, trabajamos y moriremos aquí”, dijo un indígena harakmbut de Perú.

    © Hutukara/ISA

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    En uno de los rincones más remotos de la Amazonia brasileña, indígenas aislados miran a una avioneta.

    Hay más de cien pueblos indígenas aislados en todo el mundo: pueblos que no mantienen contacto pacífico con nadie más.

    Sabemos muy poco sobre ellos.

    Pero sí sabemos que quieren que se los deje en paz. Es su elección, y su derecho.

    © Gleison Miranda / FUNAI

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    “Conocemos bien nuestro hogar en la selva”, dice Davi Kopenawa. Es lógico: el pueblo yanomami ha vivido allí durante miles de años.

    Su conocimiento botánico es extraordinario. Los portabebés están hechos de hierba trenzada, las flechas, con los tallos de la hierba de la pampa, y extraen sal de las cenizas del gran árbol de Taurari.

    “Los yanomamis piensan y hablan con el alma de la selva”, dice Davi.

    © Fiona Watson

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    Los yanomamis han sufrido mucho en las últimas décadas.

    En los años ochenta, más de mil buscadores de oro invadieron su territorio. En consecuencia, casi una quinta parte de la población murió de sarampión y otras enfermedades frente a las que no tienen inmunidad.

    La campaña liderada por Survival International resultó en la creación del Parque Yanomami en 1992. Las amenazas no cesan, sin embargo. “Los buscadores de oro siguen trabajando ilegalmente en la selva, junto a ganaderos que están deforestando el límite oriental de sus tierras”, explica Fiona Watson de Survival.

    “No puedes desarraigarnos y colocarnos en otro territorio”, comenta Davi Kopenawa. “No existimos lejos de la selva. Pertenecemos a ella”.

    © Survival International

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    En el corazón del estado de Mato Grosso do Sul, en el sur de brasil, niños enawene nawes se tiran a un río tintado por los taninos.

    Los enawene nawes son expertos pescadores: los hombres se pasan hasta cuatro meses viviendo en las profundidades de la selva, ahumando el pescado que capturan con complicadas presas de madera y enviándolo de vuelta a sus comunidades en canoa.

    “Toda esta tierra pertenece a los yakairitis, que son los dueños de los recursos naturales”, dicen.

    © Fiona Watson

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    “Esto era hermoso”, se lamenta un hombre enawene nawe.

    La presa Telegráfica es una de las muchas en construcción en el río Juruena. Está matando a los peces de los que dependen los enawene nawes.

    Los indígenas no fueron consultados acerca del proyecto.

    “Si agotas la tierra y los peces, los yakairitis se vengarán y matarán a los enawene nawes”, advierte un enawene nawe.

    © Survival International

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    Un hombre guaraní de pie junto a una polvorienta carretera, con los brazos extendidos y una maraca mbaraka en su mano izquierda.

    La deforestación de Mato Grosso do Sul ha obligado a muchos guaraníes, los propietarios originarios de la selva, a hacinarse en pequeñas parcelas de terreno.

    Ya no existen, en su mayoría, los huertos en los que plantaban mandioca (o yuca) y maíz. También ha desaparecido la posibilidad de cazar libremente. En vez de eso, ahora están rodeados de ranchos de ganado, campos de soja y plantaciones de caña de azúcar.

    El impacto de la pérdida de sus tierras sobre los guaraníes es muy profundo. “Te vuelves espiritualmente vacío”, confiesa un hombre guaraní.

    © Sarah Shenker/Survival

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    Los pueblos indígenas de las selvas de todo el mundo creen que sus hogares se merecen más respeto.

    Y sin embargo las selvas siguen siendo taladas y minadas. A medida que los árboles caen y el humo asciende, los pueblos indígenas son expulsados de sus hogares.

    Una de las maneras más simples de preservar las selvas de todo el planeta es garantizar los derechos de los pueblos indígenas que viven en ellas.

    “Nosotros, los pueblos indígenas, no hemos olvidado que el hombre es parte de la naturaleza”, dice Davi Kopenawa. “Si hacemos daño a la naturaleza, nos hacemos daño a nosotros mismos. Nosotros sabemos cómo proteger las selvas. Devolvédnoslas, antes de que mueran”.

    © Kate Eshelby

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    “Los árboles tienen un significado y una finalidad muy especiales para todos los seres vivos.

    A cambio, deben ser tratados con amabilidad y respeto.

    ¿Olvidaremos su amabilidad para con nosotros?

    ¿Ignoraremos el respeto que se les debe?

    ¿Será la verdad que representan, literalmente, derribada?

    Mike Koostachin, cree, Canadá.

    © Thomas Quirynen

 

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