Tragedia y resistencia: la extraordinaria vida de Karapiru

© Fiona Watson/Survival

Una versión de este artículo de Priscilla Schwarzenholz, portavoz de Survival International, apareció publicada en El País el 29 de julio de 2021.

 

Karapiru, fallecido por Covid-19 en julio de 2021. © Fiona Watson/Survival

 

Karapiru ("Halcón"), del Pueblo Indígena Awá, falleció por COVID-19 el 16 de julio de 2021 en su comunidad de la Amazonia brasileña. Karapiru era un hombre cuya extraordinaria calidez y bondad llamaban especialmente la atención, teniendo en cuenta la desgarradora tragedia que "nuestra" sociedad le provocó.

Su resistencia y fortaleza fueron llevadas al límite después de que invasores masacraran brutalmente a su familia; como único superviviente, Karapiru vivió solo en la selva durante diez años. Pero al final de esta travesía tan cruel, le esperaba una alegría inesperada...

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El hallazgo del mayor yacimiento de hierro del planeta sobre la selva de su pueblo, a finales de los años 60, fue el punto de partida para la destrucción de su tierra ancestral.

Pronto se construyó una inmensa mina sobre la selva que era su hogar. Para transportar el mineral, se construyó una línea de ferrocarril de 900 km a través de la selva, y miles de invasores llegaron a la zona. Para los colonos, los awás eran un obstáculo, una molestia de la que había que deshacerse. Y así comenzaron los asesinatos y las masacres.

La mina de Carajás abrió la tierra de los awás a invasiones sin precedentes de invasores. © Bruno Kelly/Greenpeace

Muchos murieron tras comer harina mezclada con veneno para hormigas: un "regalo" de un agricultor local. A otros, como presenció Karapiru, les dispararon en sus hogares, delante de sus familias.

Karapiru creyó que era el único miembro de su familia que había sobrevivido a la masacre. Los asesinos mataron a su mujer, a su hijo, a su hija, a su madre, a sus hermanos y a sus hermanas. Otro de sus hijos fue herido y capturado.

Profundamente traumatizado, Karapiru escapó por la selva con una bala de plomo incrustada en su espalda. “No tenía manera de curar la herida. No podía echarme medicina en la espalda, y sufrí mucho”, contó a la investigadora de Survival Fiona Watson. “El plomo me quemaba la espalda, sangraba. No sé cómo no se me llenó de insectos. Pero conseguí escapar de los blancos”.

Karapiru pasó los diez años siguientes huyendo. Caminó casi 700 kilómetros por las colinas boscosas y las llanuras, cruzando dunas y ríos. Estaba aterrorizado, hambriento y solo. “Fue muy duro”, le dijo a Fiona Watson. “No tenía familia que me ayudara, y nadie con quien hablar”. 

Y cuando el dolor y la soledad se hacían demasiado fuertes, hablaba en voz baja consigo mismo o tarareaba mientras caminaba. “A veces no me gusta recordar todo lo que me pasó”.

Más de una década después de presenciar el asesinato de su familia, Karapiru fue avistado por un agricultor en las afueras de una ciudad en el vecino estado de Bahia. 

Tras varios intentos infructuosos de comunicarse con él y averiguar qué lengua hablaba, algunos trabajadores de la FUNAI hicieron un último esfuerzo: se trajo a un joven awá llamado Xiramukû para que lo conociera.

El encuentro con Xiramukuû fue algo que Karapiru nunca hubiera podido imaginar durante todo el tiempo que pasó solo. Xiramukû no solo podía entender la lengua de Karapiru, sino que utilizó una palabra awá que transformó instantáneamente la vida de Karapiru: le llamó "padre". El hombre que estaba frente a Karapiru, hablándole en su lengua materna, era su hijo.

Xiramuku convenció a su padre para que se fuera con él a la comunidad awá de Tiracambu, donde finalmente se volvió a casar. Amado y apreciado por sus familiares, era una figura central en la comunidad. Fue padre, abuelo, excelente cazador y profesor con unas habilidades forestales únicas y una increíble sabiduría sobre la vida que compartía con todos.

 

© Sarah Shenker/Survival

 

Impulsado por el trauma, el profundo respeto por la selva y la preocupación por el bienestar de sus parientes no contactados, Karapiru siempre estuvo dispuesto a alzar su voz junto a sus parientes y otros pueblos indígenas y exigir la expulsión de madereros y agroganaderos ilegales de los territorios awás, y más recientemente para protestar contra las políticas genocidas del Gobierno de Bolsonaro.

Se unió a estas protestas con su arco y sus flechas, con plumas de buitre y tucán decorando sus brazos, y derrochando energía y afecto con quienes le rodeaban y por la vida por la que luchaban.

Atento y curioso, Karapiru hacía un claro análisis de la gente que conocía y de la diferencia entre los invasores y los aliados no indígenas de los awá. Siempre recibía a las visitas con afecto, una sonrisa contagiosa en la cara, una palmadita confiada en el pecho y el saludo: "¿Karapiru, katu, katu?". ("Soy Karapiru, todo bien, ¿cómo estás?").

 

Si quieres ayudar a luchar contra atrocidades como las que marcaron la vida de Karapiru, únete a la campaña #StopBrazilsGenocide. Sabemos que Karapiru quería el mayor número posible de aliados no indígenas para ayudar a su pueblo a evitar la muerte y la destrucción. Una vez nos dijo: "Las invasiones de los blancos en el territorio awá no son buenas. No nos gustan".

Si lo deseas, puedes leer una versión más detallada de la historia de Karapiru aquí.  

También puedes leer más sobre los awás y la campaña de Survival para defender sus tierras y sus vidas aquí.

 

 

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